Querido Luis,
"compañero del alma, compañero", como le escribía Miguel Hernández a Ramón Sijé, desde la amistad.
Hoy empiezo el paro. Hoy empieza el final de nuestro compañerismo, pero no de nuestra amistad. A quiénes murmuraron de ella, interpretando una relación de pareja que nunca hubo, que les den viento fresco.
No por ello voy a dejar de expresar la tristeza que siento al pensar que ya no disfrutaré cada día de tu compañía. Por no solucionar a medias esos “mochuelazos” que nos caían a veces y no sabíamos cómo salir adelante. Por no compartir esas situaciones tensas con los usuarios, que nos ponían a prueba. Por no tomar esos cafetitos antes de las 8:00, donde medíamos las fuerzas con que llegábamos cada uno para afrontar la jornada laboral y hablábamos de las noticias. Por no poder comentar “las jugadas” de unos y otros. Por no tener a quién poner motes para entendernos sólo tú y yo al referirnos a alguien. Por esos cigarritos a la puerta del hospital para hacer un descanso. Por ese cuponazo de los viernes, fijo al 60 (La Abuela), que nunca nos ha tocado. Por toda la ayuda, personal y laboral, que nos hemos prestado incondicionalmente durante más de cinco años en el lugar de trabajo, que nos permitió conocernos lo suficiente como para hacernos amigos. Amigos de verdad.
Te agradezco que me hayas brindado todo el apoyo que haya podido necesitar. Que me hayas enseñado de la informática trucos y mañas que yo desconocía. He aprendido infinidad de cosas de tí como profesional y como ser humano, que guardaré como el mejor tesoro que hubiera soñado encontrar.
No sé qué me deparará el destino, pero sé que no encontraré un compañero igual, en el que poder confiar, con el que tener complicidad.
Por eso y mucho más, puedo decirte que te quiero mucho chaval y que cada día te echaré de menos. Eres una gran persona.
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